blog" /> Desde el otro lado
miércoles, mayo 30, 2007,20:53
Crónica anterior del mes de junio
Me revuelvo en mi cama, no puedo dormir muy bien, algo aprieta mi garganta... creo que me voy a poner malo. Son las 4 de la mañana, por fin consigo dormir. Me levanto tarde, una llamada me grita que dónde estoy, que son casi las 10 y no estoy en la biblioteca estudiando. Me ducho, me visto a toda prisa, me voy.
La facultad arde. Cuerpos que estudian, gente con su música a tope, risas, miradas inquietas al ver entrar a alguien. ¿Y ese quién es? murmuran las chicas vestidas a juego con ese aire de ser mejor que tú y que yo.
Reviso mis apuntes, paso hojas y hojas, hojeo y ojeo folios escritos por las dos caras, algunos con letra clara y a pluma de mujer, en diferentes tonos de gris (que amablemente me proporcionan las chicas de la tienda de fotocopias, muy amables ellas); otros, por el contrario, relucen horas y horas de ordenador (y horas y horas y horas...). Todos los apuntes se amontonan en bloques casi perfectos, ¿será por eso que me da pena tocarlos?
Llego a casa, mi apartamento está asqueroso. Mi compañero de piso duerme o no está, nunca lo sé con total seguridad, ¿quién vive detrás de esa puerta cerrada? Enciendo el ordenador, quiero saber lo que pasa allí, ahí, allá, donde sea... Me quito la ropa, coloco un poco la habitación. Otro día sin hacer la cama (no pasa nada, hoy volveré a dormir solo). Alguien llama al teléfono. No, Alberto no está... o si está, está durmiendo, no lo sé. Día tras día esa misma frase, ojalá tuviera un contestador para poder dejarla grabada y no tener que gastar mi (áspera) voz en eso. Empiezo a hacer la comida y mientras 10 personas me hablan de 15 cosas distintas, descargo de la red el último capítulo de alguna serie, un disco que aún no está en las tiendas (la calidad es algo mala, el bitrate podría ser más alto, pero lo ripeó un colega de un colega que trabajaba para...). Una voz me pregunta la hora. Ayer dormí donde Laura. ¿Ha llamado alguien? Hoy tampoco ha ido a clase, ya da igual, es la última semana... creo que eso no marcaría la diferencia. Como a toda prisa, dejo los platos sin fregar (ya los fregaré después, no pasa nada). Leo mi correo, contesto algunos comentarios en el blog y devuelvo cortésmente la visita (y el comentario, claro). Me visto a toda prisa, termino de escribir un pequeño artículo sobre la última curiosidad en la red y marcho a la facultad. Son casi las 5, llego tarde otra vez.

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,00:24
Citas I
Y si hay un fuego aprenderé a arder.
Y si empiezo a arder aprenderé a apagarme.

(Nacho Vegas, Canción de palacio #7 perteneciente al disco 'Canciones desde palacio')

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lunes, mayo 28, 2007,03:24
Dicen que dices

dicen que
dices que dicen
que digo que
me caes mal

Y no están ni estás equivocada

(Dicen que dices, José Luis Merino)




Lleva una semana lloviendo, lloviendo sin parar, inundando las calles, suspendiendo conciertos, arañando ventanas, quemando recuerdos, limpiando el polvo que está por toda la ciudad.





En 6 horas debo estar en la facultad para ponerme a estudiar. Oficialmente esta semana aún deberíamos tener clases, pero finalmente no tengo ninguna.
Ya entregué mi "apasionante" trabajo 'Del latín al rumano: un acercamiento a la lengua rumana' con una nota más que aceptable (y en palabras del profesor: 'el mejor trabajo de la clase') así que al menos no me puedo quejar.
Y aún me quedan dos trabajos por hacer: el ya mítico (por lo que llevo con él, claro) trabajo sobre 'La teoría de los polisistemas' y otro para Comentario de Textos, finalmente lo haré sobre un poema de Gerardo Diego (del que ya hablaré dentro de poco).

Este mes promete ser agotador... agotador por dentro y por fuera... pronto las nubes y la lluvia marcharán y el calor sofocante inundará nuestros cuerpos. ¿Contra el calor? Agua fría, ventilador a tope, persianas cerradas, ropa fresca y, sobre todo, prohibido salir de casa de 2 a 4 de la tarde.



Disfrutad del maldito mes de junio, malditos
(los que lo podáis disfrutar)

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jueves, mayo 24, 2007,00:31
Fragmentos de recuerdos de la memoria III
Si estás leyendo esto y no sabes de qué va, pásate antes por aquí.




III

Los dos nos quedamos callados por algún tiempo. Yo estaba pensativo y ella supongo que aliviada. En la cocina sólo se oía el constante tic, tic, tac del reloj azul que tenía frente a mí. El tiempo había pasado casi sin percatarme de él y con ese pensamiento mi memoria recordé algo que había leído tiempo atrás, una cita de Einstein que recordaba vagamente en la que el físico alemán quería explicar su compleja teoría a la gente de a pie: «Si te sientas junto a una chica bonita durante una hora, te parecerá un minuto». Estaba de acuerdo, aunque no hacía falta que la chica -o chico, según fuera el caso- fuera bonita, simplemente te lo tenía que parecer a ti. Y en este caso así era.

-Me tengo que marchar -rasgó el silencio con su dulce voz-. Ya se me ha hecho demasiado tarde.

-Vale… ¿nos vemos el próximo jueves? -la pregunté.

-No sé, te llamo el domingo por la tarde y te digo.

-De acuerdo.

A mucha gente no le gustan las tardes de domingo. La paz y tranquilidad que rebosan las calles les es desagradable, ajena al bullicio al que están acostumbrados. Sienten un aburrimiento y un hastío que no comparto, que no deseo. Desde siempre me han gustado las tardes de domingo y en especial las que son frías, oscuras y lluviosas. Recuerdo con cariño las tardes de domingo en las que aprendí a jugar a leer con mi abuelo -fallecido ya- y con mi hermano pequeño -desaparecido tiempo ha-. Creo que parte de esa tranquilidad, gusto y conversación aún perduran en mí. Aún soy consciente cada vez que miro tan atrás, de que mucho de lo que he sido y aún ahora soy se lo debo a mi extraña niñez, ajena del mundo real, sumida en algodones y en tantas protecciones innecesarias. Supongo que si todo hubiera sido ligeramente distinto yo también lo hubiera sido. Y eso no sé si podría soportarlo.

-Adiós -me dijo después de darme dos sinceros besos.

-Hasta que nos veamos -le contesté mientras la vi alejarse por el estrecho pasillo que conducía al ascensor y a la escalera; y cerré la puerta.

La soledad de mi pequeño piso se tornó de nuevo, se alzó y poseyó a todo lo que allí habitaba. Mientras fregaba los restos de nuestra comida estuve pensando en todo aquello que me había contado Raquel. No tenía ninguna duda de la veracidad de lo que me había estado contado y aún así no acababa de creérmelo. David me había caído más o menos bien desde siempre, el único reproche que tenía hasta ahora sobre su persona era que en ocasiones, cuando ella lo veía, su rostro cambiaba de su habitual sonrisa a una extraña y rutinaria desazón. Ahora comprendía ciertas cosas que antes no podía y, al mismo tiempo, otras tantas dudas y preguntas brotaban a mi alrededor.

Cuando todo estuvo limpio y más o menos ordenado -el orden dentro de mi particular caos-, me puse algo de música de los tiempos en los que yo era algo más joven y me puse a navegar un poco por Internet. Entré en la red de redes para mirar cómo iban las ventas de libros esta semana y para comprobar mi correo electrónico. Pero después de contestar un par de e-mails y descubrir que aún no habían actualizado las ventas me sumergí entre páginas y páginas. Navegué por enlaces que me llevaron a mundos desconocidos, perdidos entre las telarañas y el polvo que anida en la vida oculta. Desterrados para aquellos que no se atreven a cruzar solos la puerta de entrada. Dos cortos zumbidos interrumpieron mis exploraciones -alguien llamaba desde abajo-.

-¿Sí? -pregunté.

-Soy Michael -contestó la voz que desde la calle venía.

-Sube -respondí mientras apretaba el botón que liberaba la cerradura de la puerta.

En aquel momento recordé que le había dicho a Michael que me trajese una copia del manuscrito que estaba traduciendo, para ver cómo era el resultado. Michael era un buen traductor y también un buen amigo. Lo conocí en Irlanda y desde aquel día siempre trabajó en mis proyectos. Hacía un par de años cayó en una fuerte depresión por la muerte de su hermosa mujer, Carmen, pero ya lo había superado. Era un luchador nato.

-Lo que me pediste. Ten cuidado y no te quemes: está recién salido del horno -bromeó mientras me mostraba su sonrisa y me ofrecía el manuscrito.

-¡Hola Michael! Espero que esté en su punto -seguí con la broma-, sabes que los filetes me gustan bien pasados.

-Tranquilo, soy un excelente gourmet.

Le ofrecí la copa de vino que siempre rechazaba y él se fue al frigorífico a servirse un frío botellín de cerveza. Mientras tanto hojeé el texto, aún en sucio, insuficiente para enseñar el jefazo pero más que suficiente para mí. Como supervisor de la sección de narrativa contemporánea -jefecillo me llamaban amistosamente los que estaban a mis órdenes en la editorial-, todos los libros tenían que tener mi aprobación antes de tener la aprobación final -y de cortesía- que debía dar el director de la editorial antes de que un libro fuese a la imprenta y viese definitivamente la luz.

-Creo que lo encontrará todo a su gusto, ¿no es así? -preguntó Michael mientras que con un abridor destapaba la cerveza.

-Bueno… para ser el trabajo de dos semanas no está nada mal, pero aún hay demasiadas zonas en rojo.

Michael era bueno, realmente bueno con el resultado final de todas sus traducciones. No era muy hábil para el inglés antiguo ni para los poetas de habla inglesa, pero era un auténtico mago con sus traducciones de autores contemporáneos, ideal para lo que nosotros hacíamos. Aunque había un problema, como todo en esta vida, las zonas en rojo. Él tenía una vena de escritor a la que era incapaz de sobreponerse y nunca terminaba de decidirse por la traducción del pasaje que era la más fiel a lo que suponía que quería expresar su autor. Por ello era tan bueno en sus acabados, porque se tomaba mucha molestia y comprobaba, si es que las había, las diferentes ediciones que se habían hecho del texto en francés, en italiano… y veía las soluciones que sus compañeros de trabajo habían decidido. Y él actuaba escribiendo diferentes soluciones textuales, marcadas en rojo, que elegía normalmente la noche anterior a la que el texto debía de estar corregido y revisado para darle el aprobado final.

-Lo sé… es que este autor es bastante complejo. Aún no tengo claro alguna de las elecciones -se excusó.

-¿Algunas? Hay demasiadas… cualquier otro elegiría una al azar o, simplemente, no haría varias traducciones.

-Por eso cualquier otro no es tan bueno como lo soy yo -contestó con una sonrisa y se acabó la cerveza de un profundo y largo trago.

-El lunes por la mañana el jefazo quiere un par de capítulos. Eso significa que te vas a quedar sin juerga todo el fin de semana. Divertido, ¿verdad?

-Muchísimo… bueno, entonces será mejor que me vaya a mi casa y me enclaustre con mis queridos U2.

-Entonces nos vemos mañana Michael -me despedí mientras le acompañaba hasta la salida.

-Ciao! -se despidió haciendo una reverencia.

Estaba empezando a oscurecer y el nuboso cielo de la ciudad se vestía anaranjado para despedir el día. Abrí la ventana y salí a mi pequeño balcón para respirar un poco de aire fresco y observar al engalanado cielo de aquel momento. Muchos jueves no tenía que ir a trabajar por la tarde y ello me permitía distraerme del mundanal ruido y acelerar la lectura de los libros que llevaba con retraso y que se apilaban sobre mi mesita de noche. El teléfono empezó a sonar -pero éste no era uno de esos días-.

-¿Sí? -contesté al apretar el botón.

-Hola, soy yo -respondió la familiar voz de mujer que había al otro lado.

En mi vida había habido algunos «hola, soy yo», pero desde hacía algo más de año y medio esas palabras pertenecían únicamente a ella, a Lydia. También trabajaba en la editorial, pero ella era responsable de las ediciones de clásicos españoles. Era toda una mujer y ahora sólo mía.

-Hola preciosa, ¿cómo va Bécquer? -le saludé haciéndola rabiar un poquito.

-¡No seas malo! Si tenemos en cuenta que está bien muerto y enterrado hace algo más de un siglo… no creo que le importe mucho una nueva edición de sus Rimas.

-Tal vez no… pero puede que al jefazo sí que le importe.

-Sshhh… no hablemos de trabajo, estoy harta de trabajo -me dijo-. Quiero que estés en una hora en mi casa con traje y corbata. Y nada de quejas o de pataletas de niño de seis años, ¿entendido?

-¡Los suspiros son aire y van al aire! ¡Las lágrimas son agua y van al mar…!

-¿Me has oído? -preguntó interrumpiéndome mi declamación.

-Dime, mujer, cuando el amor se olvida, ¿sabes tú a dónde va?

-Sí… a mi casa y en traje en cincuenta y nueve minutos -contestó a la pregunta del poema de Bécquer.

-Allí estaré preciosa -contesté mientras la sonreía por el auricular.

-Hasta ahora.

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domingo, mayo 20, 2007,02:16
El escriba

De hecho, en un principio, si alguien quiso sentarse en mi regazo no fueron los niños y su torpe ingenuidad. Fueron sus madres. A todas horas, en cualquier época del año, con cualquier estúpida excusa, llamaban a mi estudio e insistían en sentarse en mi regazo. Al principio, por cortesía, me negaba. Yo, por aquel entonces, era un joven caballero de la corte, recién llegado, con el supuestamente peor trabajo de todos. Más tarde, la carne cedió, me rendí, fui otro más, como todos los demás.

Aquella época, sobra decirlo, fue la más feliz de toda mi vida, la más atareada, la que más alegrías y dolores de cabeza me dio.

Y una tarde normal, mientras estaba escribiendo una carta, una niña entró en mi cuarto. La miré de reojo y le pregunté que qué quería. Con voz inocente contestó que sentarse en mi regazo, como habían hecho sus hermanas (sus hermanas, las gemelas de grandes ojos, ¡qué grandes ratos pasamos juntos!). Yo la miré con ojos tiernos y le dejé subirse a mi regazo. Ella me contó que nunca había tenido una muñeca, su familia estaba atravesando dificultades y lo que más quería en este mundo era una muñeca de trapo, una amiga de verdad.

Mi corazón, roto por sus hermanas, no pudo negarse y, después de prometerle a la chiquilla su muñeca, terminé la carta diciendo a mi señor: y si no fuera mucha molestia, le ruego que también me mande diez muñecas de trapo en previsión de lo que puede pasar. Atentamente, Nöel Pirgie.


(El escriba, José Luis Merino)

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viernes, mayo 18, 2007,08:13
Nada
Hoy no quiero decir nada, no sabría que decir, no quiero pensar qué decir, no tendría sentido decir nada. Nada.



De Blanco a Blanco -
un camino sin hilo
pisé con pies mecánicos -
parar - perecer - o avanzar -
del mismo modo indiferentes -

Si ganaba el final
más allá finaliza
incierto desvelado -
cerré los ojos - y avancé a tientas
era más claro - estar Ciego -


(761 (1863), Emily Dickinson)


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martes, mayo 15, 2007,08:04
Como polvo...
Creo que no había puesto este largo poemas aquí, tiene bastante tiempo (quizá dos años, o algo más), pero no quiero que se pierda (por lo que significó en su momento). Espero que os guste.



Polvo somos y en polvo nos convertiremos.

Polvo soy y como polvo me desintegro.

Ya no estoy, ¿me ves?

Ya no estoy. Desaparezco.


Olvidado me sumerjo en los recuerdos del pasado;

y en los olvidos del presente inexistente,

del momento ahora cambiante, distante.

Olvidado.


Canciones de amor y noches solitarias,

versos desmedidos, lágrimas de hojalata...


Recuerdo tiempos alejados y cercanos.

Olvido aquellos recuerdos.

Aún me acuerdo.

Aún recuerdo.


La luz es tibia, el tiempo oscuro y mío.

Yo no sé por qué me escribo si sé que ya no es mío.

Es tuyo, te lo regalo.

Todos mis versos, mis palabras, mis abrazos...

son tuyos.

No los quiero, te los regalo.


Canción triste de primavera, ¿por qué fuiste tardía?

No te escucho, no te oigo.

Ya no te quiero.


Polvo, polvo, polvo...

Polvo soy, en polvo me convierto.

Descontento.


Palabras que nada dicen porque ya lo han dicho todo.

Palabras, ¡tan sólo palabras!

¿Quién pudiera en un instante convertirse en mis palabras

y moverse en esta noche y llegar a tus entrañas?


Guardo los recuerdos en un frasco de cristal,

es el frasco de los sueños, las miradas y demás.

¿Alguien vio ese bote? Lo tiré sin pensar.

Ya no hay frasco en mi repisa,

ya no hay miedos de cristal.


Desnúdame como otras veces en la tarde cenicienta.

Déjame desnudo, solo y olvidado.

Tan solo, que la soledad no me quiere con ella.

Me repudia -me fascina-.

Solo en mi desnudez, en mi tibieza, en mi llanto...

Solo sin mis soledades.

Solo.


Aguardaste el momento con calma y paciencia.

Persistencia.

Ya da igual, no te importo.

Nunca te he importado, no puedes negarlo.

Nunca te importé.


Me tuviste en la miseria cuando aún yo era humano.

Me cogiste, me agarraste,

¿por qué no soltabas mi mano?

Prisión de dos sin puertas ni barrotes

y sin cargos al Estado.


Confesiones, lágrimas, lamentos...

todo lo has pasado.

Ya olvidado.

Desterrado.


No me canso de escucharte -pero ya no quiero oírte-.

No soy quién para aguantarte.

No soy quien debe aguantarte y estrecharte entre sus brazos

una y otra vez, una y otra vez...

hasta que el olvidado olvido reaparezca en esta historia

y tome afán protagonista.


Silencio en esta noche de miserias sin sonrisa.

Muecas de la sombra se apoderan de mi alma

y la llevan secuestrada,

a fuerza de inconsciencia,

al dolor y a la amargura,

y a todo el descontento resentimiento.


Ya por últimas palabras el silencio se nos clava

-marcados estertores de una ráfaga constante-,

y mantiene la llamada lejanía tan cercana,

tan próxima y deseada que a punto debe estar de comenzar.


¿Palabras?

Ya no me quedan palabras -letras bien montadas-

en las que poder decirte alguna frase,

con las que despedirme

y alejarme de un pequeño salto al oscuro abismo del vacío.


Apenas queda polvo en la mesa del recuerdo.

Los fragmentos de aquel cristal que en la mesa relucía

en arena y polvo se han tornado.

Polvo descuidado.


Y ahora soplo, soplo y soplo...

y este viento, este gran tornado se propaga por la vida

llevándose consigo los fragmentos de recuerdos

-polvo, polvo encadenado-,

que no merecen la pena ser recordados.

(Como polvo..., José Luis Merino)

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viernes, mayo 11, 2007,02:07
Hablan las paredes



David González, ese poeta del que ya os hablé hace algún tiempo, ese con el pelo largo, pinta de macarra, de chulo de barrio, de tío al que frente a frente y mirándole a los ojos parece que nada le asuste.
Pues bien, saca libro, otro más. Y creo que ya va siendo hora de ir a la librería, que la tengo un poco olvidada... y gastarme algo de dinero en libros que me apetece comprar y no en antologías que no leo o en novelas que se llenan de polvo y cenizas.
Algo que declarar, así se llama el libro, al igual que su blog. Al que le apetezca ya sabe, que le eche un vistazo, ¿y al que no? Pues nada, que se vaya por donde ha venido.

Y para que sepáis un poco cómo escribe, os dejo un vídeo en el que el propio David González (que sólo tiene su nombre) lee sus poemas.

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miércoles, mayo 09, 2007,03:26
Así que me quedaré como estoy

Así que me quedaré como estoy. Vacía, sin sinónimos que me acompañen. Sin final. En el mismo punto exacto que ayer, que antesdeayer, que la semana pasada, que el mes pasado, casi en el mismo sitio que hace dos años y medio, cuando vine aquí. Y todo parece dejar de tener sentido a medida que el tiempo va pasando, apenas recuerdo si fui yo o no lo fui, si es que todo fue mi culpa.

No creas que no lo pensé, que no lo di mil y una vueltas, del derechas y del revés. Pero no, no tenía sentido. No creas que no lo pensé. Y sí, sería la mala de la película una vez más, la zorra del pueblo, la otra en los susurros, ella en las discusiones.

Así que me quedaré como estoy. Tal y como estoy ahora y como estaré mañana, pasado mañana, la semana que viene, el mes que viene, casi en el mismo sitio que dentro de dos años y medio, cuando me vaya de aquí. Y todo parecerá dejar de tener sentido a medida que el tiempo va pasando, apenas recordaré

(Así que me quedaré como estoy, José Luis Merino)




P.D: No, no era lo que intentaba escribir pero a menos algo queda, que ya es mucho.

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sábado, mayo 05, 2007,13:05
Fragmentos de recuerdos de la memoria II
Lo primero, gracias a todos por los comentarios de apoyo, de verdad (y siento no haber dado señales de vida).
Lo segundo, si no sabéis de qué va esta entrada, pasaros antes por aquí.


II

Había llegado la hora, había llegado el momento y el lugar. El tiempo lo había tragado todo y ya nada tenía demasiada importancia. Mis palabras brotaban solas y no había forma humana de evitar que lo hicieran. Todo escapó de mí por fin y corrió a refugiarse en su cuerpo, como tantas veces hiciera yo.

-Está bien… si de verdad quieres saberlo te lo contaré. Y así entenderás muchos de los porqués de las preguntas que se agolpan en tu mente y que aún no tienen respuesta para ti -le dije a sabiendas de que él no querría oír ciertas cosas que yo estaba a punto de contarle.

-Tranquila Raquel… -contestó mientras su mano amaba mudamente la mía.

David siempre había sido una persona extrañamente importante en mi vida. Habíamos sido compañeros de clase desde el instituto y casi extraños hasta cumplir los dieciséis. Ese año acabó todo lo que no había empezado con su mejor amigo, Jonathan, y yo me creí libre por fin para hacer todo aquello que siempre había deseado. Y así refulgió en mí el deseo y el placer, el alcohol y los cigarros robados a mi madre, las noches en vela y el sudor de cuerpos extraños.

Recuerdo aquella noche de noviembre con extrema exactitud, cómo de la nada se forjó un todo y el torrente de pasión juvenil que llevaba en mi cuerpo estalló y dio con él. Desde aquella lúcida noche fuimos él y yo. ¡Qué bien sonaba por aquél entonces! Pero cuántas mentiras, engaños y lágrimas me esperaban… pero cuánto dolor podía soportar una chiquilla con apenas experiencia de la vida, con apenas un par de dedos de frente.

Quizá pueda sonar algo raro, pero en esa época a veces yo me preguntaba los motivos por los que no me podían pasar a mí cosas realmente emocionantes. Sabía que él me quería y que estaba a mi lado, estaba completamente segura de que haría todo lo que yo le pidiese; que me amaba realmente y sabía, o al menos así lo creía, que todo lo que salía de sus labios: las dulces promesas, los sueños que nos tomábamos con tanta ilusión, sus besos… nunca se acabarían si yo no quería. Y fui muy feliz durante un largo tiempo porque sabía que él me esperaría y lo haría simplemente porque me amaba, porque ambos nos amábamos. Y por eso, porque tenía aquella certeza, llegué a pensar e incluso a desear el que me sucediera algo verdaderamente emocionante, como en aquellas telenovelas que veía mi madre, en donde había infidelidades, desamores y otras tantas cosas más. Me costaba creer que después de casi dos años cargados de demasiadas dificultades siguiese estando tan seguro de querer esperarme, de quererme tanto sin importarle nada ni nadie más. Sé que si hubiese sabido que aquello se convertiría en algo tan real, tan ligado a mi vida… jamás lo hubiera deseado.

-Pasase lo que pasase el que tú lo hubieras o no deseado, no influye en aquello que pasara.

-Lo sé… ahora lo sé, pero antes no estaba tan segura -contesté con un nudo en la garganta.

Lo nuestro nunca fue una relación de verdad, una relación de pareja en la que una puede confiar totalmente en su pareja. Recuerdo que hacía poco que tanto él cómo yo habíamos cumplido los dieciocho, que tanto él como yo nos habíamos jurado amor eterno. Sé que en toda relación hay discusiones, peleas, enfrentamientos… eso es lo normal, eso es la sal de la vida misma, pero es que entre David y yo apenas hubo de eso. Sólo a partir de esa semana, de la semana del fin del resto de mi vida, empezaron a ser frecuentes. En aquella semana discutimos dos veces, ¿el motivo? Yo le pregunté si había otra en su vida, si me estaba engañando. Él siempre lo negó. Lo negó todo hasta que aquel viernes al salir de clase me dijo que teníamos que hablar, que él ya no podía seguir así y que lo debíamos dejar durante algún tiempo. Me destrozó el corazón.

-Tranquila… -dijo mientras me secaba dulcemente las lágrimas con su pulgar.

Después intenté recuperarle y bueno, más o menos lo conseguí. Sí que había habido otra y siempre la habría, ese era el precio que debía pagar por estar con él, por conseguir ser feliz. Nadie me comprendió, nadie me apoyó en lo que yo creía, en aquello que yo sentía. Sólo ahora, cuando tanto tiempo ha pasado, comprendo que la gente que me rodeaba sólo me quería evitar todo dolor y sufrimiento.

-Pero Raquel, ¿cómo pudiste aceptar aquello? -me preguntó con aquella cara de incomprensión que había visto tantas veces en tantos y tantos rostros.

-No lo acepté -respondí secamente- es algo que simplemente me fue impuesto y que iba con el paquete.

-Pero…

-La vida es así -le corté-, no lo des más vueltas. Las cosas suceden como suceden y ya está. No hay que pensar demasiado en por qué hicimos lo que hicimos. Lo hicimos y hecho queda.

-Supongo que sí… -contestó pensativo.

Muchas veces quise apartarle de mi vida. Fue inútil: siempre volvíamos y con fuerzas renovadas. Cuando llegamos a la universidad, al comienzo de una nueva etapa en nuestras vidas, pensé que algo podría cambiar. Pero me equivoqué de nuevo, como tantas otras veces. Por aquella época yo sabía que aún se veía con la otra, bueno… quizá la otra fuera yo, pero a esas alturas esos matices ya no me importaban demasiado. Pero es que también me enteré de que se veía al menos con otra chica algunas veces. «Es sólo una amiga, no pienses cosas raras», me mintió como tantas otras veces, como siempre. Incluso cuando los vi juntos en su coche, sonriéndole con esa mirada que sólo una mujer puede captar en otra, él me lo negó todo. Me echaba en cara tu presencia y la de algunos otros buenos amigos que yo tenía. Yo lo único que quería era estar con él, me daba igual todo lo demás. Y por eso renuncié a discutir de nuevo, a volver a gritarle, a volver a llorar y a permanecer empapada en llanto toda la noche. Y la verdad es que cada nueva discusión que teníamos era más fuerte que la anterior y yo aquello empezaba a no poderlo soportar.

-¿Pero por qué motivo no me dijiste nada? Quizá yo te hubiera podido ayudar…

-No creo que hubiera servido de nada. Y además, todas las personas que lo sabían y que habían intentado ayudarme acabaron saliendo de mi vida. Y yo no quería que eso pasara contigo -le contesté.

-¿Y por qué no? -me interrogó de nuevo.

-Porque tú eras distinto a todos. Siempre lo has sido -le sonreí.

-Tú también lo eras, lo sigues siendo y espero que siempre sea así -me contestó con otra sonrisa.

Recuerdo aquella oscura y lluviosa tarde de febrero, el día de la gran discusión y de todo lo demás. Él y yo habíamos quedado, «tenemos que hablar», fue lo primero que de sus amargos labios salió al descolgarle el teléfono. Llegué tarde, como siempre, y le vi de pie, empapado y con un cigarro a medio consumir en sus labios. Ni si quiera me saludó, empezó a hablar sin mirarme a los ojos, sin dedicarme una de sus sonrisas. Se iba: se iba de la ciudad, dejaba la universidad... se iba de mi vida. Había encontrado un trabajo en alguna otra ciudad y se marchaba con la otra. Se iba de mi lado, se iba para siempre. Le lloré que no lo hiciera, que se quedase por mí, por todo aquello que habíamos estado construyendo juntos. «Lo intentamos pero simplemente no funcionó», fue lo que me dijo. En ese momento alzó la cabeza, se despojó del cigarro que acabó en el mojado suelo y vi cómo lo poco que quedaba de él se ensombrecía y se pudría en el suelo, se oscurecía y desaparecía en la lluvia. Y cuando volví la cabeza para decirle algo ya no estaba frente a mí, se alejaba y sólo su espalda, sus roídos vaqueros y su característico caminar quedaban. No corrí, no grité, no fui tras él como tantas otras veces. Me quedé parada en la lluvia aportando lágrimas a la tierra mientras veía cómo se iba alejando y haciéndose más y más pequeño hasta que, allá a lo lejos, se subió a un coche, me iluminó el rostro y desapareció de mi lado.

-Y entonces fue cuando yo te encontré, ¿verdad? -me preguntó con melancolía.

-Sí… fue cuando me salvaste del abismo y la locura -contesté muy despacio.

No sé el tiempo que me quedé paralizada bajo la lluvia, que estuve sin aliento y sin corazón. Empecé a caminar sin rumbo ni dirección fijos, hasta que de pronto acabé en la zona universitaria y recordé que tú tenías un examen aquella tarde. Recordaba haberte oído decir algo sobre las metáforas de algún poeta andaluz y supuse que el examen sería de literatura. Miré en el tablón de los exámenes, busqué el aula en que deberías estar y te esperé muy quieta sentada en la escalera, esperando ser rescatada, esperando a que fueras tú el que me rescatara.

-Debiste decirme algo -dijo-, en aquel momento no tenía ni la menor idea de lo que estabas pasando…

-Bueno... pero ahora ya lo sabes.

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martes, mayo 01, 2007,11:18
Malditas explosiones en las mañanas tranquilas
Me despierto después de una noche de no haber dormido muy bien. Me ducho. Enciendo el ordenador. Me froto los ojos.


Fuente






Mi barrio, el barrio donde se crió parte de su vida mi madre, el barrio donde vivo yo, el barrio donde vive mi abuela, la tienda donde mi madre compra el pan.

Teléfono. ¿Qué ha pasado con la explosión? Qué va a pasar. Justo enfrente de otro piso que teníamos, creo que está destrozado (no dejan pasar).

Aún de madrugada, mis padres duermen, la ciudad duerme y todos despiertan al unísono. Vivo a 2 minutos de la explosión y una ventana de mi casa se ha roto. Mi abuela vive a 20 segundos, sólo sé que está bien. Nuestro otro piso está a 5 segundos, creo que está destrozado. En la zona cero 5 personas muertas (lo último que sé).

Estoy a 45 km. de casa, a una llamada de teléfono, a un autobús, a una larga carrera de esas que hacen historia. Pero es mi ciudad, mi barrio, las personas a las que día tras día veía por la calle.


Malditas explosiones en las mañanas tranquilas


Edito: Según me han comentado la explosión se ha producido porque un bar llevaba cerrado un mes y se ha ido acumulando gas en él hasta que...

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